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Por Diego Torres
Santo Domingo Este.– En los barrios donde la policía era sinónimo de miedo, donde los destacamentos parecían ruinas olvidadas y donde la gente se sentía sola frente a la delincuencia, llegó un hombre diferente. No llegó con arrogancia, ni montado en un escritorio con aire. Llegó con botas llenas de polvo, con oídos para escuchar al pueblo, con alma de servidor. Su nombre: General Ludwing Suardí Correa.
Quienes vivieron su paso por el Gran Santo Domingo Este no lo recuerdan como un jefe, lo recuerdan como el General del Pueblo. Un hombre que en vez de esconderse tras una línea de mando, salía a la calle, hablaba con los comunitarios, atendía sus problemas, y lo más importante: resolvía.
El destacamento de la dignidad: San Luis
Uno de sus primeros actos de dignidad fue rescatar el abandonado destacamento de San Luis, un recinto olvidado por las autoridades, con baños inservibles, paredes agrietadas y sin condiciones para servir ni a la comunidad ni a los agentes.
Un grupo de líderes comunitarios se le acercó con una carta. Él no solo la recibió, sino que la leyó, la firmó y la llevó personalmente a la jefatura policial. En poco tiempo, ese destacamento fue completamente remodelado. Pero no se quedó ahí. Suardí gestionó la creación de una Fiscalía Barrial, para que los casos menores no tuvieran que ir a Gascue y se pudieran resolver de inmediato en San Luis.
Hato Viejo: de monte y culebra a destacamento con dignidad
En Hato Viejo, de San Antonio de Guerra, la historia fue similar. No había cuartel digno, y la zona estaba a merced de la criminalidad. El general Suardí coordinó con el alcalde y líderes locales para construir un destacamento propio, dotado con patrullas y motores. Hoy, gracias a esa gestión, los comunitarios se sienten seguros y valorados.
Seguridad con rostro humano: luces, agua y deportes
Pero Suardí no creía en que la seguridad se hace solo con armas. Creía en la luz, el agua, la cultura y el deporte. Por eso, cuando en El Naranjo protestaban por los apagones, él no se quedó de brazos cruzados. Tocó puertas, hizo diligencias y logró que se instalara la electricidad 24 horas. Esa misma luz se expandió a El Cabrito, La Reforma y otras zonas olvidadas.
“La delincuencia se esconde en la oscuridad”, decía. “Pero si les damos luz, patrullaje y oportunidades, los jóvenes eligen otro camino”.
También ayudó en la gestión del agua potable en comunidades marginadas, muchas de las cuales pasaban semanas sin una gota.
Policía Comunitaria real, no de pantalla
Con su visión comunitaria, fortaleció el Departamento de Asuntos Comunitarios en El Almirante, junto al coronel Arnold. Allí se daban cursos técnicos, talleres, operativos médicos y actividades recreativas. Con canchas móviles, organizaban torneos de pelota en Mendoza, Boca Chica, Guerra, San Luis, Los Mina y otros barrios, llevando alegría donde antes solo había desesperanza.
Los derechos humanos eran parte de su equipo
Mientras otros mandos veían a los defensores de derechos humanos como enemigos, Suardí los escuchaba, les daba asiento y atendía sus denuncias con respeto. Creía que la seguridad no se impone con miedo, sino que se construye con justicia y dignidad.
Un legado que no se borra
Hoy, aunque ya no esté en funciones en la zona, su nombre sigue resonando en cada calle. En cada destacamento remodelado, en cada barrio con luz y agua, en cada joven que participó en un torneo o estudió un curso de formación gracias a la policía comunitaria.
El General Ludwing Suardí Correa no será recordado solo como un alto mando de la Policía Nacional, sino como un servidor que se puso del lado del pueblo, que caminó por los callejones, que enfrentó la criminalidad con firmeza, pero también con humanidad.
Fue el general de los pobres, de los ricos, de los barrios, de la dignidad. Fue el general que entendió que para proteger, hay que primero escuchar.
Por eso, su legado vive. Y vivirá. Porque un pueblo no olvida a quien lo trató con respeto y justicia.