13 de octubre de 2025**
Por Diego Torres
En la República Dominicana., muchas personas viven guiadas por el orgullo. Algunos se sienten realizados por tener una buena casa, otros por vestir buenos zapatos o por disfrutar de ciertas comodidades materiales. Sin embargo, detrás de esas apariencias, todavía persiste la discriminación, incluso entre quienes ocupan cargos públicos importantes.
Muchos funcionarios —aunque no todos— se sienten por encima del pueblo, olvidando que cada ser humano vino al mundo para servir de una manera u otra. Esa falta de humildad y empatía ha creado una sociedad cada vez más dividida.
Hoy atravesamos momentos difíciles: la prepotencia, el racismo y la desigualdad siguen marcando el rumbo del planeta. La guerra, el egoísmo y la falta de compasión parecen dominar los corazones de muchos. Ser pobre, en lugar de verse como una condición humana digna, se ha convertido en un castigo social. Ser campesino, trabajador o humilde también se percibe como algo menor, cuando en realidad son esas personas las que sostienen al país con su esfuerzo diario.
Lo más contradictorio es que muchos poderosos dicen creer en Dios, pero desconocen su verdadero mensaje. Dios fue un hombre que luchó por los pobres, que defendió a los débiles y que amó a todos sin distinción. Su enseñanza fue clara: servir al prójimo es servir a la humanidad.
Ojalá que estas palabras sirvan como una reflexión para quienes viven con orgullo y prepotencia, y que comprendan que la verdadera grandeza está en la humildad, en el respeto y en el amor hacia los demás.

